EVEREST
Pocas personas en el mundo desconocen esta pequeña palabra. Es quizás el sinónimo de aventura y desafío más grande de todos los tiempos junto con la conquista del Polo Sur.
Everest, también llamado Shagarmata o Chomolunga es la montaña más alta del mundo. Con sus 8848 msnm, es un imán para todo aquel que quiere medirse más allá de los límites físicos y mentales a los que uno cree que puede llegar a estar preparado.
Es por eso que como muchos otros caí en su llamada hipnótica, ese llamado inexplicable que tienen las montañas. Se ha hablado mucho acerca de qué nos hace arriesgar nuestras vidas para subir montañas, pero todas las palabras son pequeñas y no alcanzan siquiera a dimensionar la inmensidad y las vivencias que allí se crean y que se transmiten a los pocos que se atreven a tocar esos territorios tan alejados de nuestro confort y de nuestra seguridad.
Everest también es sinónimo de masificación, de turismo de montaña, de cuerdas fijas y de toneladas de equipo. Todo esto es cierto si eres de las personas que así decides hacerlo, pero hay otras que escalamos con lo mínimo, que con lo único que contamos es con nuestra respiración, nuestros músculos y los que ellos puedan soportar llevar. Contamos con la fuerza de nuestro espíritu y escalamos sin compañeros, a veces necesarios para aliviar soledades o para apuntalarnos cuando decaemos.
Así fue como decidí escalar ésta y otras montañas, sin oxígeno, sin porteadores de altura, sin compañero y con las comodidades llevadas al mínimo debido al escaso presupuesto con el que contaba. Así fue como encaré este gran desafío a lo más alto del planeta.
A los quince años comencé a practicar atletismo. Luego de a poco me fui interesando en las carreras que implicaban andar en bicicleta y más tarde el triatlón pasó a completar mi formación como deportista, aprendiendo a entrenar y soportar largas jornadas de nadar, andar en bicicleta y correr en duras condiciones en la Patagonia, donde el viento marca cada paso que uno da.
En ese entonces nunca imaginé que iba a emprender uno de los desafíos más duros a lo que se puede enfrentar un ser humano, tanto a nivel físico como mental. Nunca lo había pensado, hasta hace poco tiempo atrás…
Escalar el Everest, la montaña más alta del mundo. Hasta aquí un sueño compartido por casi unas 6.000 personas en el mundo, las que han alcanzado su cumbre. Pero no era exactamente como esas otras tantas personas que habían alcanzado su punto más alto, como YO quería escalar esa bella montaña. Quería hacerla única, a sabiendas que iba a encontrarme con muchas personas en la subida. Como si las grietas, las avalanchas y la falta de oxígeno no fueran suficientes inconvenientes, ahora también debería lidiar con unas doscientas personas transitando por las cuerdas fijas que gracias a los sherpas, hacen que esta montaña esté al alcance de muchas más personas. Así que tuve que empezar a urdir planes para hacerla diferente. Aquí fue cuando la alocada lluvia de ideas comenzó.
Había decidido que no usaría oxígeno suplementario. Este no es un dato menor si recordamos que la presión parcial de oxígeno en la cumbre es un tercio que la que se encuentra a nivel del mar. Averiguando un poco más, me enteré que en la historia de esta montaña, sólo alrededor de unas ciento setenta personas lo habían hecho sin esta valiosa ayuda. Me pareció que si bien los números hablaban por sí solos, al seguir indagando, descubrí que los sherpas hacían un trabajo increíble equipando con cuerdas, escaleras y todo lo necesario para hacer más transitable y segura la montaña. Así que otra decisión que tomé, ya que los sherpas hacían gran parte del esfuerzo, fue no emplear su ayuda en acarrear mis valiosas pertenencias a los campamentos de altura. Esto se traduce en que debería aprovisionar los campamentos ubicados a 6500 msnm, 7200 msnm y a 8000 msnm, por mi propia cuenta. Imaginen por un momento lo que significa caminar por unas seis a diez horas, para llegar y comenzar a armar la carpa, la mayoría de las veces, en condiciones poco amigables. Una vez concluida esta fácil tarea, será la hora de recolectar nieve en una bolsa y ponerse lentamente a derretirla para reponer líquidos, y hacer disminuir el dolor de cabeza debido al espesamiento de la sangre. Todo esto sin quedarte dormido frente al calentador y ver con tristeza al despertarte como se ha evaporado el agua de tanto hervir. Todo esto es más fácil en las expediciones comerciales donde todas esas tareas mágicamente las realizan los sherpas. Es difícil a veces transmitir lo que esto significa pero les resumo que finalmente bajé de la montaña unos cincuenta kilos de material, carpas, comida extra y toda mi basura.
Me habia planteado una dura manera de subir esta emblemática montaña, pero el desafío final vendría cuando mi compañero, por motivos personales, no me acompañaría a los campamentos de altura. Había disfrutado de su compañía en el campo base pero eso sería todo. Debería escalar esta gran montaña sin oxígeno, sin ayuda de sherpas y en solitario.
Creo que el desafío se me presentaba más que interesante…
Año 2012. Durante el verano en el hemisferio sur, una dura temporada en el Aconcagua me había permitido ponerme en la forma que necesitaba y juntar el dinero para el ya conocido y costoso permiso de ascenso. Finalmente puse proa a Nepal. Por segunda vez pisaba ese hermoso país, donde la gente te recibe con una sonrisa amable y sus manos unidas pronunciando un cálido NAMASTE. Estaba feliz de estar nuevamente ahí. El año anterior había tenido la oportunidad de escalar la cuarta montaña más alta del mundo, el Lhotse, con sus 8516 msnm. Ahora me sentía como en casa, pero sabiendo que el desafío que esta vez esperaba era el mayor que podía imaginar en mi vida.
Cargaba conmigo unos cincuenta kilogramos de equipo en dos grandes petates amarillos, ese era todo el equipo con el que contaba. A eso había que sumarle la comida que compraría para los diferentes campamentos. Me abastecería en los mercados locales, que por suerte cuentan con gran variedad de comida occidental.
El primer y no menor obstáculo que hay que sortear en esta aventura es el aterrizaje en la diminuta pista de aterrizaje de Lukla que se encuentra a unos 2800 msnm. Si se tiene la oportunidad de verla, se asemeja a la de un portaviones pero con una pared de fondo que no da chances de escape. Esto creo que es para que uno empiece a relajarse y a confiar en que ahora está en un mundo donde la suerte y el destino tienen un peso mayor al que uno está acostumbrado.
Luego de este interesante y exitoso aterrizaje que siempre se festeja con más aplausos que en ningún otro vuelo, la caminata hacia el campo base se hace de una manera entretenida entre casas de té, bosques, templos budistas y monjes de túnicas color bordo. Parece un viaje en el tiempo donde poco a poco uno va estrechando lazos con la montaña, te seduce con olores de pino, amaneceres cálidos y algunas lluvias que refrescan la marcha. Parece un lindo sueño, pero no debo olvidar que más arriba las cosas no van a ser tan benévolas.
Con cierta nostalgia dejé el mundo de ensueño y llegué al bullicioso campo base. Aunque llamativo y numeroso, mi mirada de preocupación se dirigió a la cascada del Khumbu, uno de los principales problemas en esta aventura, debido a que aquí es donde se produce la mayor cantidad de accidentes y avalanchas. Mis ojos trataron de buscar automáticamente una ruta entre toda esa locura de bloques rotos y restos de avalanchas. Traté de tranquilizarme, tendría un mes de estadía a los pies de esta formación, así que sobraba el tiempo para el estudio y el análisis.
Pero el corazón latía fuerte de la emoción, ya el aire era distinto, los bosques fueron remplazados por delgadas capas de tierra sobre el duro glaciar, a unos 5300 msnm. Toda la calidez quedaba atrás. Ahora era la montaña desnuda la que me saludaba.
Van pasando los días en la humilde tienda del campo base. Dos palos de aluminio y una lona azul contienen todas las comodidades que mis ahorros permitieron pagar. Un cocinero con el mejor ingenio del mundo, una pequeña estufa de nafta, que cada vez que se enciende debo salir de la tienda porque quema muy mal y el humo sofoca y hace picar la garganta. Luego unas tres sillas diminutas y en el medio una mesa construida con piedras cubierta por un plástico azul. Aquí es donde el cocinero, mi compañero y yo pasamos la mayor parte del tiempo. Muchas veces el peso de la nieve hace que la estadía en la carpa se reduzca mucho más debido a que debemos agachar nuestras cabezas por el roce con la misma hermosa y querida lona azul que es lo único que nos separa de las inclemencias a estas alturas. A lo que debemos sumarle el frio que parece absorber nuestro calor corporal, al correr pequeños hilos de agua helada por sobre el piso de piedra y hielo. Todo esto es muy poco alentador pero intento que se hagan una pequeña idea de lo que es vivir así por más de 40 días.
Por momentos veo con envidia otros domos (tiendas con forma esférica) que cuentan con televisores, internet, alfombras de varias capas y hasta calefactores. Qué duro es comparar y ver las condiciones con las que cuento. Pero nunca me desanimaron en lo más mínimo, veía en esta rusticidad una ventaja, la de una mejor aclimatación al frío. Sabía que arriba en la montaña iba a necesitar cada adaptación al frío que mi cuerpo pudiera dar. Y el humo de la estufa? Perfecto: era lo que necesitaba para ir simulando el poco oxigeno que me esperaba para mi día de cumbre.
Ahora había hecho las pases con las duras condiciones y comencé a verlas como una bendición. Los otros no contaban con esas ventajas, y los otros tampoco se planteaban el reto como yo lo había hecho.
Las largas caminatas a los campos de altura, acarreando el mínimo e indispensable equipaje, fueron fortaleciendo mis músculos y acostumbrándolos a la falta de oxígeno. Cada vez empleaba menos tiempo en cubrir los 1200 metros que me separaban con el campo dos. Decidí saltarme el primer campamento debido a que era un campamento menos que aprovisionar, y con ello menos carga. Una vez que pude poner una carpa en este campamento dos, pase unas noches y luego decidí salir a caminar a tierras más altas, debería llegar a campo tres con una carpa más pequeña aún y desde ahí tratar de tocar campo cuatro a ocho mil metros.
Recuerdo aquel día, ya que los problemas no tardaron en llegar cuando al encontrarme en las cuerdas fijas que subían al campo tres una piedra me alcanzo en el medio del rostro partiendo los lentes y arrojando sus mitades terreno abajo. Luego de mi reacción de sorpresa, y empezar a pensar en lo sucedido, debí emprender una rápida huida, ya que sabía que contaba con poco tiempo antes de que el efecto de la radiación solar hiciera mella en mí y comenzara a dañar mis ojos. Debería huir rápidamente al campo base en busca de lentes de repuesto. Hay veces que parece que lo único que da la montaña son duros golpes, literalmente.
Una vez la montaña te muestra que debes estar preparado para todo, tu capacidad de respuesta es lo que hace la diferencia. Es tu entrenamiento y tu manera de ver el mundo lo que determina como van a ser tus experiencias en este apasionante mundo.
Salvando este inconveniente, las sorpresas no fueron muchas excepto por una avalancha no muy compacta que pasó por campo 1 (el cual afortunadamente había decidido no utilizar), sin víctimas fatales. Los sherpas siempre tienen trabajo al tener que rehacer el camino de cuerdas fijas debido a la caída de bloques y seracs en la temida zona de la cascada, llamada también ice-fall. Es increíble ver cómo las cuerdas que hace unos días atrás usaste para guiarte en este laberinto helado, hoy están sepultadas bajo pesados bloques, o las escaleras que tan amigable hacen el tránsito, se hallan retorcidas como si fueran de alambre. Uno trata de que esas cosas no afecten tu moral, que no produzcan una fisura en ti y dejen tus miedos expuestos.
Así entre batallas de la mente y tormentas de nieve, fui aclimatando y comenzando a pensar el plan para afrontar los tres mil quinientos metros que me separaban del campo base hasta la cumbre del Everest, el punto más alto del planeta.
Todos los planes danzan alrededor de los grandes pronosticadores del clima, a los cuales tienen acceso las grandes empresas. Llegaban a mí de una manera filtrada y casi como una copia pirata, debía ser cauto con los rumores que escuchaba, ya que no contaba con todas las cartas y esquemas. Así que con la poca información que me llegaba, sumada a mi interpretación del clima, puse como fecha para estar en lo más alto el 19 de mayo. También tengo que confesar que el movimiento de unas 200 personas que intentarían cumbre no es muy difícil de notar ni fácil de obviar.
Ahora solo restaba establecer cómo iba a subir, es decir cuantos días emplearía para cada campamento, como me movería entre ellos. Todo esto se me antojó como una carrera de aventura, con sus paradas obligatorias y su propio ritmo. Aquí competiría contra el clima, la hipoxia, mi ego, correría con mis temores que oficiarían de alarmas para no perder el equilibrio, pero a la vez eran un peso en la mochila que me hacían dudar. Corría contra mis peores miedos pero de alguna manera también corría con mi familia, con mis amigos y con un sinfín de personas que me alentaban a kilómetros de distancia, como las personas que alientan a los costados de las calles, aplaudiendo tu pasar.
Pero ahora hablemos de las “pequeñas” diferencias con una carrera:
Abandonar. Cuando decir basta? Cuál es el límite? Podré estar lo suficientemente lúcido ahí arriba, con mi mente aturdida por el agotamiento, la deshidratación y la falta de oxígeno? Y si abandono, quien me rescatará? Acá no hay vehículo de apoyo que pase por ti, ni un bus que te lleve de nuevo al punto de partida. Aquí estas por tu cuenta. Aquí tu eres tu propio grupo de rescate, al menos así era para mí, ya que no contaba con la valiosa ayuda de los sherpas o de una empresa que fuera a mi rescate con solo pulsar un botón.
Horario de largada: Aquí es raro, pero es una carrera donde el horario de llegada es el límite, no así el de partida. Se tiene una ventana muy pequeña y casi irrepetible de tiempo. La largada la establecía yo de acuerdo a mis ritmos y mis suposiciones de un terreno que desconocía. Recordemos que los últimos mil metros de la montaña eran un terreno totalmente desconocido para mí. Entonces como hacer una estimación? Es aquí cuando la experiencia y las corazonadas entran en juego.
Equipo mínimo y obligatorio. Aquí no había nadie que te dijera que debes llevar y que no, por lo que me di el lujo de suprimir muchas cosas que para otros fueron imprescindibles. Una pequeña tienda de una sola capa me protegería de las inclemencias a ocho mil metros, adentro, un calentador y una bolsa de vivac, serian el único abrigo, además de mi entero de pluma que usaba para caminar. Recuerden que el entero de pluma funciona bastante bien cuando uno se está moviendo pero no así para estar inmóvil en el interior de la tienda. Cuando hoy comento que pase dos noches en el collado sur sin saco de dormir, muchos me miran incrédulos. Pero de otra manera ese kilo y medio de confort me hubiese restado piernas para el intento a cumbre.
Pasar a una persona. Recuerdo con qué facilidad es en una carrera decir “izquierda” y que el otro corredor se mueva lo suficiente para dejarte pasar, es casi una regla, debido a que tú te mueves más rápido. Aquí esa regla estaba lejos de ser una regla y el lugar en las cuerdas fijas es guardado celosamente por los sherpas con sus clientes. Por lo que si quería pasar me debería desconectar de la valiosa seguridad de las cuerdas fijas y esforzar mis pulmones al máximo, casi como un sprint, hasta encontrar un lugarcito donde volver a la seguridad de la delgada cuerda que sostenía a más de cuarenta escaladores por tramo. A eso se llama seguridad en Everest.
El arco de llegada. Todos los montañistas sabemos que la verdadera cumbre está en el campo base, es más, solemos decir “la cumbre esta en casa”. Pero el cuerpo y la mente muchas veces ignoran esa premisa. Tu mente y tu cuerpo llevan tus límites al punto más alto, negocian tus reservas energéticas para alcanzar el punto más alto, para luego abandonarte, en lo que para los ojos que miran desde afuera, es la mitad del camino. Es ésta una de las trampas más mortales en la que puedes caer, recordemos que la mayoría de los accidentes fatales ocurren durante la bajada. Tu cuerpo literalmente se apaga, ya no hay adrenalina que te empuje a la cima, todo tu cuerpo agotó sus recursos. De donde sacarás ahora fuerza para bajar, recuerda que nadie jalará de ti, ni te guiará a salvo a tu carpa. Deberás encontrar esa fuerza en ti, que nunca habías notado y se llama voluntad de vivir. Ahora es tu vida la que está en juego, las luces quedaron atrás, los aplausos de cumbre se extinguieron, ahora se terminó el juego de alcanzar la cumbre, ahora es tu vida la que se balancea en una delgada cuerda. No puedo dejar de pensar en uno de mis pasatiempos que se llama slackline, el cual consiste en tensar una cinta de unos veinticinco milímetros de ancho, es decir dos centímetros y medio, entre dos árboles y caminar sobre ella, a la vez que se hacen diferentes saltos, y giros. Ahora sin tanta elegancia, uno se tambalea y hasta se arrastra para llegar al final de la cinta.
Asistencia. Esta es una de las peores carreras, desde el punto de la asistencia. Ni un solo puesto de hidratación, nada de frutas, nada de mantas calientes, no hay masajistas, aunque por momentos debo confesar que creo haberlos visto o imaginado. Y lo más increíble es que con lo que uno debe pagar por el permiso, se podría llegar a pensar que hay todo lo anterior y mucho más.
Fotógrafo. Es muy común buscarse en las páginas de los fotógrafos que inmortalizan nuestro paso en los diferentes momentos de las carreras, la partida, los lugares, la llegada y el abrazo con los seres queridos. Pero no aquí, aquí eres el fotógrafo, el escalador y el asistente. Eres todo.
Y no crean que es un detalle menor este trabajo, ya que de la calidad del material que puedas recolectar, dependerá el financiamiento en tus futuras expediciones, y es fundamental para las charlas que luego se suscitan en los diferentes lugares. Por mi parte creo que es un deber que cumplo gustoso, para poder motivar a otros escaladores a que se animen a cumplir sus sueños, y para aquellos que no pueden, me esfuerzo aún más. Creo que es una manera de acercar las montañas al mundo.
Todas estas “pequeñas” cosas ó diferencias hacen de esta carrera algo único en el mundo. Ahora sabiendo todos estos detalles pasaré a detallar brevemente como fue el día de largada y el planteo de carrera.
Día de cumbre 19 de mayo. Ahora bien, debería contar hacia atrás y estimar tiempos. Imagina una carrera donde tuvieras que llegar al medio día, a qué hora largarías? Es un buen ejercicio.
Comencé el 16 de mayo a las 5AM desde el campo base, para luego atravesar la cascada, campo uno y finalmente llegar a mi primer puesto de control, el campo dos a 6500msnm. Ahí contaba con una carpa que había cargado con anterioridad, grande y con bastantes suministros, hasta aquí llegaría el confort de mi bolsa de dormir y todos los otros lujos de comida. Llegué a este campamento después de unas 7 horas, por lo que el sol del mediodía y su magia me permitieron secar parte de mi equipo y preparar agua con comodidad. Hasta aquí mi estómago y mis ganas de comer estaban a pleno. Solo los nervios jugaban en contra, pero por el momento eran un lindo cosquilleo.
La noche llego con su dureza característica y el despertador volvió a sonar muy temprano para mi gusto y para enfrentarme a la dureza de contemplar que dentro de la tienda, la temperatura era de unos -25°C. Nada alentador si se piensa que se debe preparar el desayuno y dejar la tibieza de la pluma. A las cinco de la mañana nuevamente me encontraba caminando a lo que era mi próximo destino, el campo tres. Este tramo es muy duro y las cuerdas fijas adquieren un valor único, al ser un seguro fiable sobre un hielo azul, y el clavado de los crampones se vuelve una tarea realmente difícil y agotadora.
Casi en forma automática subo por las cuerdas en una mañana fría, no puedo dejar de pensar en el pequeño fragmento que casi diez días antes me había alcanzado en el rostro y pensar que hubiese sido de haber sido un poco más grande, y toda esa clase de cosas que la mente elucubra, en los momentos menos indicados. Trato de ocuparme de lo que me atañe, respirar, mover el puño de la forma más eficiente sobre la cuerda, hidratar y no descuidar de comer para no vaciarme de reservas energéticas. Todo esto en entre otros escaladores con sus diferentes ritmos.
El campamento a 7200msnm está bastante tranquilo al momento de llegar. Me siento entre resoplidos y lágrimas en los ojos por tan emocionante paisaje que se descuelga bajo mis pies, el valle del silencio es hermoso, con sus grietas y sus grandes centinelas que lo rodean. Nuptse, Pumori, Lhotse y por sobre todos ellos el Everest. Mi alma rebosa de gratitud, sé que no mucha gente en este mundo ha podido ver lo que mis ojos contemplan, me siento tan afortunado, y agradeciendo siempre. Vuelvo a la dura tarea de montar mi campamento.
El ritual comienza con tallar un lugar para poner la tienda, el hielo es muy duro, me cuesta mucho poder hacer un rectángulo de un metro y medio por dos, donde a duras penas puedo poner mi refugio. Una diminuta carpa amarilla pero con la más grandiosa vista del mundo. La radiación a esta altura es una tortura, en cuanto logro armar la estructura, me zambullo en su interior para protegerme de los rayos solares. Lo bueno es que tengo todo el hielo que necesito en la puerta de mis aposentos, así que la hidratación está asegurada.
Después de ingerir mi almuerzo del día diecisiete, me dispongo a dormir, ya que según mi plan, deberé abandonar nuevamente el confort de las delgadas paredes mucho antes de lo que había pensado. Al hablar con otras personas me comentan que generalmente todos comienzan a las cuatro de la mañana. Y como había sufrido mucho el tener que adaptarme a otros ritmos y lo peligroso que es adelantar gente en este tipo de terreno, decidí comenzar a la media noche. Así que desde que aterricé en este pequeño y colgante campamento tengo tan solo doce horas para descansar, comer y volver a salir. Se me antoja muy poco el descanso pero es estrategia, sino seré presa de la aglomeración de gente. Es como en las largadas de las carreras numerosas, donde una mala largada te puede relegar muchos puestos.
Llegada la media noche parto sigilosamente, ahora rumbo a mi último PC, el campo cuatro. El frio es increíble, la noche muy cerrada, y yo muy solo. La sombra del Lhotse me envuelve, ya que veo el resplandor de la luz de la luna tras él. Estoy agotado y la altura se hace notar. Lentamente atravieso las bandas amarillas, un lugar muy característico de la ruta de ascenso, y los primeros rayos me alcanzan luego de unas seis horas de caminata. Agradezco enormemente estos rayos, aunque son más un aliciente para el alma, debido a que no logran entibiar mi agotado cuerpo. A la vez que en una de mis paradas para hidratar, contemplo con estupor la larga fila de gente que hay detrás de mí. Me cuesta sacar mi cámara de fotos pero esta foto luego recorrería el mundo. Simbolizaría la masificación a la que se ve afectada el Everest. La gente se ve desde aquí como una sucesión de puntos serpenteando por la fría cara sur del Lhotse.
Había tomado la decisión correcta en cuanto a mi horario de salida, pero temía que pagara con un mayor agotamiento por no haber podido descansar lo suficiente. Es aquí donde la preparación física de los meses anteriores se hace notar. No entrené para ganar medallas ni laudos, entrené para sobrevivir. Cada hora invertida en el gimnasio, en correr y en nadar cobraban sentido. Mis piernas me impulsaban suavemente pero con determinación por terrenos de roca y hielo.
Luego de once horas de larga caminata, llego a un punto histórico de la historia del montañismo mundial. El collado sur, a ocho mil metros sobre el nivel del mar, es uno de los basureros a mayor altura, esperemos que sea el único y el último.
Aquí no tengo que lidiar con el hielo duro para poner mi carpa. Aquí el enemigo es otro, debo encontrar un lugar que no tenga tubos de oxigeno viejo, ni carpas destrozadas, o cartuchos de gas congelados a la superficie rocosa y desnuda. Como así también a los duros vientos que aquí soplan. Vale recordar que este yermo terreno separa las húmedas tierras de Nepal de los áridos terrenos de China. Esta diferencia climática provoca que los vientos se desplacen de un lado al otro con una fuerza que destroza todo lo que allí se haya. Por suerte esta mañana del 18 es benévola, pero debo hacer muchos malabares para montar mi refugio, a la vez que trato de inmortalizar este momento con mi cámara (recuerden el apartado de los pequeños detalles).
Me resulta rara la llegada a este campamento ya que veo con cierta extrañeza como todas las personas que allí hay, tienen puestas máscaras y tubos de oxígeno en las espaldas. Por momentos los miro con cierta envidia, ya que imagino que ese preciado gas, hará todas las tareas un poco más fácil, y que permitirá recuperar los cansados músculos con mayor facilidad. Todo ello lo imagino, pues nunca he usado tales implementos. Y quiero decir que no estoy en contra del uso del oxígeno, que yo no haya decidido usarlo es un motivo muy personal y el debate alrededor del uso o no del mismo es algo que atañe a la manera que cada uno tiene de escalar. Además mi presupuesto no podía contemplar ni una sola botella de oxígeno, ni un regulador, aún pensando en un caso de emergencia.
Extenuado y sin mucho más abrigo que el que ya traía puesto, me arrojo dentro de la carpa para comenzar con los rituales previos al día de cumbre, hidratación, comida, secado de equipo, chequeo de conciencia, clima y más autofotos.
Esta vez el tiempo de descanso se reduce a unas diez horas, por lo que las 22:30 PM estoy listo nuevamente para partir. Esta vez sobre terreno desconocido, esta vez voy a enfrentar mis miedos y dudas por última vez. Luego el piloto automático se encargara del descenso.
Creí que nuevamente mi planteo de horarios sería un éxito pero no creo lo que veo. Al salir de la “calidez” de mi dulce hogar, contemplo atónito una larga hilera de linternas que destellan como una serpiente de luz ascendiendo por la cara sur este del Everest. Adaptarse, re aprender e improvisar, son las palabras que se me vienen a la mente luego de superar la parálisis y de pronunciar algunas palabras no muy santas que me provocó el ver tanta gente por delante. A qué hora tienen que haber comenzado a caminar? Luego me entero que algunas personas han comenzado a las seis de la tarde. Y algunas pagarían muy caro el hecho de haber comenzado tan temprano, porque recordemos que tiempo en la montaña se traduce en tiempos que los tubos de oxigeno proporcionan su preciado contenido, y algunos calcularon mal estos tiempos.
Rápidamente doy alcance a la fila de gente, la adrenalina y los nervios me hacen ir más rápido de lo planeado. Es ahora cuando me planteo el hecho de pasar a los escaladores o quedarme tras de ellos para no caer en un exceso de ritmo y de confianza. Todo aquel que ha corrido una carrera sabe muy bien cómo se paga un ritmo excesivamente rápido, hace que los tiempos vayan cayendo de manera dramática a medida que se acerca el final, hasta hace que algunos abandonen.
Esto es un poco más complejo. El frío se hacía sentir cada vez más, debería moverme más rápido, un ritmo lento era un lujo que se podían permitir aquellos que contaban con el abrigo del oxígeno. Yo si quería calor debería moverme más de prisa, no había abrigo extra, tenía todo puesto.
Así fue como lentamente fui adelantando escaladores. Mis pulmones estaban siendo exigidos como nunca, era raro sentir la sofocación de una carrera de cien metros, pero a un ritmo de unos diez pasos por minuto. Así fue hasta que nuevamente el sol liberador dio una esperanza a mi cuerpo de que en algún momento llegaría el tibio calor. Pero sabía que nunca llegaría a calentar, estaba a ocho mil seiscientos metros, aquí es frío siempre. Todo sirve para afrontar los tramos finales, cada pensamiento positivo mueve tus pies un par de centímetros más, así que hechas mano de todo lo que habita en tu cabeza y en tu corazón para seguir. Recuerdas a aquellas personas que te apoyan y que te quieren de regreso en casa. Te apoyas en toda clase de pensamientos, piensas en las recompensas que te pagarás por el esfuerzo, piensas en las comidas, en la ducha que te darás y en muchas otras cosas que en la vida cotidiana son tan comunes. Aquí adquieren otro valor, aquí son puntos de palanca para seguir en movimiento.
Creo erróneamente que la cumbre sur es la verdadera, mi error está doscientos metros por debajo de la real, me doy cuenta como todo mi ser ya no quiere dar otro paso más en la vertical. Mi cuerpo pide a gritos por oxígeno, por un descanso, por una bebida caliente, por una palabra de aliento. Son lujos que descansan muy lejos de donde me encuentro ahora.
Es difícil describir la fuerza de voluntad que se requiere para recorrer estos últimos metros. Todo está en tu contra, solo tus profundas convicciones te empujan hacia lo más alto. Te repites que tienes que dar un paso más, y luego otro… piensas en pasos, todo el mundo se reduce a ello, así de simple. Y da gusto sentir que aún existe algo tan simple y tan bello como lo es la respiración y los pasos que te acerquen a tu sueño, a tu objetivo.
Así llego al mío. Alcanzo la cumbre el 19 de mayo a las once treinta de la mañana. Me encuentro muy bien y puedo disfrutar de una cumbre despejada y con buena visibilidad. Es el trofeo más preciado, una buena vista, tan solo eso exigimos de las cumbres, una buena vista para guardar en nuestra memoria. Es hasta un lujo, no puedo pedir más. Mis pulmones se esfuerzan por absorber cada parte de oxígeno, soy consciente del carácter único del aire que respiro. Así como un extraño diamante, el aire que allí se encuentra tiene características extraordinarias. No se puede transportar ni vender, solo allí se puede disfrutar. Eso es increíble, amo esas cosas que no se pueden comprar ni vender. Cosas únicas que solo aquellos que se esfuerzan pueden alcanzar. Todos aquellos que han finalizado una maratón, una carrera de aventura o cinco kilómetros saben de lo que hablo. Es el momento único e irrepetible, las sensaciones, las emociones que se mezclan por única vez de manera especial.
Así alcance la cumbre del Everest, entre lágrimas, profundas bocanadas y una vista increíble de un horizonte que comenzaba a curvarse. Así fue mi momento de cumbre, recordando a mi familia, amigos, y a todos aquellos que habían creído en mi imposible.
Allí plasmé mi manera de hacer montaña, sencilla, sin ruidos, sin estruendos.
Todo fue perfecto, ni en mis sueños podía haber imaginado una mejor cumbre, bueno quizás si, quizás compartir un abrazo de cumbre con un amigo hubiese hecho más perfecta aún esa cumbre. Pero es difícil coincidir en momentos, objetivos y sentires.
Chomolunga, Sagarmatha, o Everest, cualquier nombre que quieras darle. Me regaló un segundo infinito, un segundo que va a durar toda mi vida.
Así fue Everest, el desafío más grande que me ha tocado vivir hasta el momento.
Si se preguntan por la bajada, fue casi tan difícil como la subida, pero por suerte el piloto automático funcionó y me llevó sano y salvo al campamento base con mis 35 kilos de basura, equipo y carpas. Misión cumplida. Tan solo queda agradecer y sonreír cada vez que miro hacia arriba.
Ahora estoy en paz con la montaña, la he recorrido según mis principios, según mis valores, la he hecho mía, ahora pertenezco a ella. Me ha dado un soplo de vida, contrariamente a la hipoxia que allí hay, me dio un soplo de vida para seguir adelante. Trato de que su cumbre no haya hinchado mi Ego mas de la cuenta. Muchos dirán que ya esta, que no es necesario seguir subiendo montañas después de este reto, pero el montañista no ve cumbres, sino hitos en el camino que te alientan a seguir. El final de esta carrera será dictado por alguien que no conozco, mientras tanto sigo adelante, mientras me dejo enamorar por nuevas cumbres, pero se que esta cumbre ha sido un punto de inflexión en mi vida. Mi pasión, mi vida y mi alma, ahora respiran montañas.
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